El desfile Primavera/Verano 1998 de Dior, bajo la dirección creativa de John Galliano, marcó un punto de inflexión en la historia de la moda contemporánea. No se trató únicamente de una colección, sino de una declaración estética que redefinió el rol del desfile: la pasarela dejó de ser un espacio funcional para transformarse en una experiencia teatral, inmersiva y profundamente emocional.


Desde el primer look, quedó claro que Galliano no buscaba discreción. La propuesta se apoyó en una narrativa visual cargada de referencias históricas —desde la Belle Époque hasta el imaginario del teatro y los bailes de máscaras— reinterpretadas con una sensibilidad exagerada, casi barroca. Corsés, volúmenes dramáticos, tejidos suntuosos y una ornamentación exuberante dialogaban con el legado de la maison sin caer en la nostalgia literal.


Uno de los grandes aciertos del desfile fue su puesta en escena. Las modelos aparecían como personajes de una ópera decadente: maquillaje intenso, peinados escultóricos y tocados desmesurados reforzaban la idea de que cada salida era una escena y no simplemente un look. El cuerpo se convertía en soporte narrativo y la ropa funcionaba como vestuario, ampliando los límites tradicionales de la moda prêt-à-porter y acercándola al terreno del arte performático.


Galliano también logró algo poco frecuente: revitalizar el ADN histórico de Dior sin someterse a él. Elementos clásicos de la casa —como las siluetas estructuradas y la exaltación de la feminidad— fueron llevados al extremo, combinados con una estética más oscura, sensual y teatral. Esta tensión entre herencia y transgresión se convirtió en una de las señas de identidad más reconocibles de su etapa en la firma.


El final del desfile selló su lugar en la memoria colectiva de la moda. Miles de mariposas de papel de colores cayeron desde el techo, envolviendo la pasarela en una atmósfera onírica, casi irreal. Más que un efecto visual, fue un gesto simbólico: la moda como ilusión, como exceso y como experiencia efímera destinada a ser recordada.

A más de dos décadas de su presentación, el desfile Primavera/Verano 1998 sigue siendo citado como uno de los ejemplos más claros de cómo un diseñador puede expandir el lenguaje de la moda. Galliano no solo presentó ropa, sino que construyó un universo narrativo completo, demostrando que el desfile puede ser tan poderoso como una obra teatral o una pieza artística.

Este show no solo consolidó su visión dentro de Dior, sino que también dejó una huella duradera en la industria, influyendo en la manera en que entendemos hoy la pasarela: no como un simple escaparate, sino como un espacio de creación, emoción y relato. Un momento icónico que sigue dialogando con el presente y confirmando su lugar en la historia.

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