El sábado 4 de octubre de 2025, Balenciaga vivió un momento histórico en la Paris Fashion Week. Tras la salida de Demna, el reconocido diseñador italiano Pierpaolo Piccioli —quien dirigió durante años el romanticismo moderno de Valentino— debutó como director creativo de la maison con la colección Primavera/Verano 2026, titulada “The Heartbeat”.
El evento tuvo lugar en el hospital Laennec, sede del grupo Kering, en la Rue de Sèvres, un espacio cargado de historia que Piccioli transformó en un escenario emocional. Desde los primeros acordes musicales hasta el cierre, el desfile funcionó como un manifiesto visual: un latido entre pasado y futuro, donde la precisión arquitectónica de Cristóbal Balenciaga se entrelazó con la sensibilidad poética de su nuevo director.
Un diálogo entre herencia y modernidad
Piccioli no buscó homenajear a Balenciaga desde la nostalgia, sino reinterpretar su método con una mirada contemporánea. En declaraciones previas al desfile, afirmó que su objetivo era “recalibrar el legado, no imitarlo”.
La propuesta se estructuró alrededor de tres ideas clave: cuerpo, espacio y superficie. Su enfoque fue devolverle a la silueta el protagonismo sin perder fluidez, una búsqueda que tradujo el rigor arquitectónico de Balenciaga en ligereza, cercanía y movimiento.
La colección logró un equilibrio delicado: respetar el espíritu de la casa mientras la actualiza para una nueva generación de consumidores que valoran la técnica, pero también la emoción.


“The Heartbeat”: cuando la moda respira
El título de la colección, The Heartbeat (“el latido”), no fue casual. Piccioli concibió el desfile como una metáfora del ritmo interno de la moda: una energía vital que une herencia y creación.
Las siluetas fueron el centro del relato. El diseñador revisó los archivos de la casa para rescatar piezas icónicas como el vestido saco de 1957, los “balloon dresses” y las formas cocoon, reinterpretadas en versiones depuradas y dinámicas. La estructura característica de Balenciaga volvió a sentirse viva, pero ahora al servicio del movimiento del cuerpo, no del corsé.
Entre los materiales más celebrados, destacó el Neo Gazar, una evolución del tejido técnico inventado por Cristóbal Balenciaga: conserva la rigidez escultural, pero con una maleabilidad moderna que se adapta mejor al contorno femenino.
Los tonos oscilaron entre el negro absoluto —símbolo de sobriedad— y una paleta vibrante con toques de rosa palo, verde menta, lila, marrón tabaco y carmín. Cada color parecía contener un respiro, un pulso.
Los accesorios reforzaron la narrativa: sombreros tipo pillbox, guantes largos de ópera y gafas de líneas futuristas, junto con sandalias escultóricas, completaron el universo de The Heartbeat.
El cierre del desfile, con el diseñador caminando entre los aplausos del público, selló un momento de consenso: Piccioli había logrado lo más difícil, devolver a Balenciaga su elegancia emocional sin renunciar a la vanguardia.


Entre la expectativa y el desafío
El desafío de Piccioli es doble. Por un lado, mantener la relevancia comercial que Balenciaga alcanzó bajo Demna, con su estética urbana y su provocación constante. Por otro, redefinir la identidad de la casa hacia una nueva sofisticación más íntima, pausada y humana.
Críticos de medios como Le Monde, WWD y Wallpaper coincidieron en que su debut marcó un cambio de tono: menos espectáculo, más emoción. Piccioli apostó por una moda que no grita, sino que respira.
Aun así, no faltaron las voces que plantearon interrogantes: ¿logrará Balenciaga sostener su poder mediático en un mercado que premia el impacto inmediato? La respuesta, por ahora, parece estar en el equilibrio que propone su nueva dirección: la belleza silenciosa como forma de resistencia.
El nuevo pulso de Balenciaga
The Heartbeat es más que una colección: es una declaración. Piccioli no llegó para borrar el pasado, sino para hacer que vuelva a latir.
Su mirada celebra la artesanía, la proporción y la sensibilidad del cuerpo, pero con una narrativa contemporánea que conecta con las emociones y no solo con la tendencia.
Balenciaga, que alguna vez definió las líneas maestras de la alta costura, entra así en una nueva etapa donde el legado y la innovación ya no se oponen, sino que coexisten. Bajo la dirección de Pierpaolo Piccioli, la casa parece haber recuperado su centro: el corazón como motor creativo.







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